Aunque empresas, universidades y hasta centros de eventos han apostado por la energía solar, una juntanza particular hoy ve la luz en el centro oriente de Medellín. Al pie del cerro La Asomadera, en medio de una callejuela estrecha, una veintena de vecinos intenta convertirse en la primera comunidad solar de la ciudad. La idea hace parte de un piloto, que comenzará en marzo y reducirá a la mitad la factura de sus beneficiarios.
Con el liderazgo de la Universidad EIA, a través de la iniciativa de Energía Transactiva, la subvención de la Real Academia de Ingeniería del Reino Unido, la University College London y empresas prestadoras de servicios de energía como EPM, Erco y NEU, los habitantes de La Estrecha —como le llaman a ese punto del barrio— producirán energía para venderle a la red pública de la ciudad.
Después de la venta, las ganancias se distribuirán en partes iguales entre los participantes. Pero este negocio funcionará distinto: la producción no se pagará en dinero en efectivo, sino mediante descuentos en la factura de servicios. El ahorro podría llegar hasta el 50% mensual por cada hogar.
“La envidia del barrio”
El origen de esta historia tiene lugar en una casa de segundo piso de La Estrecha, en El Salvador. Allí los García Orrego, a través de Simón, un ingeniero y el menor de los cuatro hijos de la familia, instalaron varios paneles solares en el techo de su propiedad y, desde hace dos años, lavan, planchan y ven televisión gracias a la luz que emite el sol.
Rodrigo García, el bastión de la familia, echa el cuento completo mientras camina por la cuadra en la que ha vivido más de 50 años. Dice que gracias a su hijo, quien es cercano a la Universidad EIA, en la casa terminaron instalando de manera gratuita esos aparatos y que, desde entonces, el ahorro ha sido una maravilla.
La voz corrió rápido entre los vecinos, quienes se enteraron que los García Orrego tenían energía solar en su casa y que su factura de servicios había pasado de 80.000 pesos mensuales a poco más de 10.000 pesos tras la instalación. De esa forma, comenta el mismo Rodrigo, la familia se volvió la envidia de todo el barrio.
— Cuando veían que teníamos energía solar, decían: ‘ay, cómo hiciste, qué tan bueno, yo sí quisiera. Si te enterás de algo nos contás, pues’. Ahí fue donde yo les comenté que había un piloto para suministrar energía solar gratis. ‘¿Gratis?’ Sí, gratis: ellos hacen la instalación, y nos cambian el proveedor, y nosotros ponemos el aire de la casa. No más.
Rodrigo se refería al proyecto de energía transactiva al que era cercano su hijo. Tras insistir en la comuna 13 y no poder llegar a un acuerdo con los habitantes de esa zona, Juan Manuel España, director de la iniciativa, recordó que esta familia, sumada al liderazgo de Rodrigo, podría ayudar a que el piloto se hiciera realidad en El Salvador.
De esa forma comenzó la tarea para Rodrigo y su hijo, quienes, aprovechando la curiosidad de los vecinos, emprendieron una cruzada para convencer al barrio. Puerta a puerta compartieron la buena nueva: nietos, hijos, hermanos, sobrinos y primos supieron que, de manera gratuita y durante un año, podrían acceder a energía a través de paneles solares.
Pero no fue fácil, afirma Rodrigo. Pese a su poder de convencimiento, que es validado por su esposa, Yamile Orrego, más de uno no creyó. “¡De eso tan bueno no dan tanto!”, dijeron unos. “¿Si eso suele ser bien caro, por qué nos lo van a instalar gratis?”, preguntaron otros. Y algunos más esgrimieron: “Lo que terminan es haciéndole a uno un daño en la casa”.
Otra preocupación aquejaba a los vecinos. Acostumbrados a encender el bombillo en cualquier momento, o a dejar por horas enteras el radio funcionando, algunos se mostraron preocupados por la disponibilidad de energía. Pero Rodrigo supo sortear las dudas y explicar, a su modo, en qué consistiría el piloto.
— Ese tema lo aclaramos, porque la gente se preguntaba: ‘si estamos en invierno, si no hay sol, entonces qué, ¿nos quedamos sin energía?’. Pero yo les decía que todo funcionaba bien. Que nosotros en la casa no habíamos tenido ningún problema: nevera, lavadora y todos los electrodomésticos trabajaban perfecto.
Después de varias reuniones en la calle que divide en dos hileras a La Estrecha, cerca de 28 vecinos terminaron metidos en el proyecto. El número dejó a algunos por fuera. Era una convocatoria limitada. En esos espacios, además de Rodrigo y su hijo, Juan Manuel y su equipo despejaron dudas y explicaron, paso a paso, cómo había nacido la idea y cómo se haría realidad en un barrio popular, estrato tres, en plenas lomas de Medellín.
Abecé del piloto
La comunidad solar que está a punto de producir energía en el barrio de los García Orrego es una réplica, a la colombiana, de un caso exitoso conocido por Juan Manuel al sur de Londres. En Brixton, un barrio aquejado en parte por la pobreza, la gente instaló una planta solar y todos los vecinos se beneficiaron de ella.
— Planteamos un proyecto en el que los vecinos fueran capaces de organizarse y apropiarse del proceso —detalla Juan Manuel—. El reto que tenemos es que la energía sea accesible y que la iniciativa sea liderada por la misma gente. Que deje de ser algo tan raro y tan ajeno.
Rodrigo se convirtió en el referente del barrio con cuatro paneles, de 1,24 kilovatios, que le permitieron reducir su factura en más del 60%. Esa baja en épocas soleadas suele ser mayor. Y en esa línea va el piloto: sobre algunos techos se instalaron dos generados de 20 kilovatios y 40 paneles que podrán reducir la facturación de diez casas en el 100%.
Pero si serán 28 los participantes, ¿cómo se hará la redistribución? Aunque la producción se dará desde techos específicos, priorizados por su ubicación, y la energía no servirá para el gasto autónomo, la plata de su venta se dividirá y luego cada participante verá el beneficio en su factura de EPM. El ahorro, entre todos, sería del 40% o 50% del valor mensual.
La idea es que los vecinos miren cuánto se ahorran en un año, y lo otro es que dimensionen cuánto se gastarían en una inversión futura para mantener la solución. No es un secreto que, aunque a largo plazo el gasto puede ser menor, la inversión en este tipo de proyectos suele ser elevada, y más para habitantes de barrios como El Salvador.
— En financiación de equipos y plantas, la Real Academia de Ingeniería del Reino Unido y EPM invirtieron 120 millones de pesos. Y aunque los miembros de la comunidad no pusieron recursos en efectivo, nos aportaron su tiempo, barrio, techos y calle.
Pese a los costos, cuyo cubrimiento no está definido una vez concluya el piloto en diciembre de este año, la esposa de Rodrigo dice que vale toda la pena. Ella pasa buena parte del tiempo cuidando a sus nietos en Memphis, Estados Unidos, y cuenta que allá no ha visto algo similar. Le echa la culpa a las estaciones del clima, mientras saca pecho por la posición privilegiada que tiene en el trópico su ciudad natal.
“Qué orgullo tan berraco”
Con la confianza de toda la vida, Rodrigo recorre el barrio y toca la puerta de sus vecinos. En el balcón de la casa de María Elena Rave, quien también lleva casi 50 años en La Estrecha, deja que sea ella quien cuente qué tan contenta está de participar en esta iniciativa que, sin reserva alguna, dice que le aliviará el bolsillo.
— Cuando Rodrigo nos contó sobre su experiencia nos interesó mucho: primero por la parte económica, y también porque nos dieron muchas garantías. Todo lo que sea para la economía, bienvenido, y si apoya al medio ambiente, mucho mejor.
Similar es el relato de Juan Carlos Yepes Cardona, quien cuenta que desde antes conocía el tema y que lo que lo impulsa a participar es cuidar del medio ambiente. Apoltronado en la silla del comedor, mientras llega la hora del almuerzo, afirma que gracias a Discovery conoce los beneficios que puede traer la energía solar.
Solo una cosa lo inquieta: aunque sabe que este es un intento, en el que comprobará si se amaña o no, también tiene presente que mantener el modelo, una vez termine el piloto, puede ser un reto mayor.
— A mí me gustaría sostener mi casa con un panel. Yo porque sé que la forma adquisitiva no es factible en estos momentos, pero a largo plazo sí es un proyecto en el que uno ahorraría dinero. De aquí va a quedar el aprendizaje.
Por el momento, los vecinos no ven la hora para que arranque el piloto. Y los incrédulos, que se resistieron a Rodrigo, no perdonan espacio para preguntar si quedan cupos. Otros se sienten orgullosos: dicen que sería una dicha que el proyecto funcione para que en todo Medellín la gente encienda la luz, o el televisor, gracias a la comunidad solar que nació en las calles estrechas de El Salvador.
Tomado de: El Colombiano